¡Por una verdadera democracia!

Presentación

Es fundamental para toda la ciudadanía organizada tener un itinerario constitucional claro, para cumplir con los tremendos anhelos de justicia, democracia y dignidad que la gente expresó en octubre de 2019. Es así que, desde mi humilde trinchera, deseo contribuir con algunas ideas para el análisis. De antemano, quiero partir señalando que no existe tal concepto como el de neutralidad en política; todo tiene su posición, tanto aquel que propone un análisis sesgado como aquel que busca generar un consenso sobre la base de la razón y el bien común. Es así que mi análisis parte de una persona que pertenece a las filas del radicalismo y, como tal, contiene conocimiento que han venido mejorando generaciones enteras de radicales, así como mis propios aportes surgidos a partir de la educación y, sobre todo, utilizando el método racionalista radical.

Todo esto lo digo por una cuestión de transparencia para que así, en el debate de las ideas, hablemos con las cosas claras y no con medias verdades y cosas con sabor aguado que, francamente, ya no convencen a nadie.

El valor desconocido de la Democracia

Así, el pilar de lo que será mi propuesta es la democracia. Democracia, puesto que durante mucho tiempo, lo que ha hecho el Estado, y lo que ha pedido la gente, han sido dos cosas irremediablemente distintas. Eso valdrá en una tiranía, una monarquía absoluta o en una aristocracia, donde los supuestos “mejores” cuidan a la sociedad de lo que los supuestos “peores” podrían hacerle a este orden social supuestamente ideal. Pero ninguna de estas cuestiones puede calzar en una genuina “República”, donde los asuntos públicos nos competen a todos, o en una “Democracia”, donde el pueblo es el que marca la línea a seguir.

El mito del gobernar indirectamente

Durante mucho tiempo hemos tenido un discurso falso, en donde el poder supuestamente lo tiene el pueblo, pero es “una locura que lo ejerza directamente”. Entonces hemos elegido una suerte de políticos “profesionales”, tan profesionales que realizan actos de corrupción que no distan mucho del narcotráfico, que no tienen visión de desarrollo ni “proyecto de país” y con una incapacidad de aprender de los errores del pasado tan manifiesta que, más de una vez, uno se pregunta si no hay una especie de senilidad masiva en las filas de los “políticos profesionales”.

Sin caer en el populismo y decir que todo lo que puedan hacer las masas es lo mejor, de hecho la existencia misma de esta clase política que tenemos es, en gran parte, responsabilidad del pueblo que la votó y la mantuvo por décadas en puestos de poder.

Pero la verdad es que, visualizando la como está construido nuestro Estado, se puede constatar que, durante mucho tiempo, en la República de Chile se le secuestró el poder político a la ciudadanía y se le entregó a esta verdadera aristocracia electa y dejando a la ciudadanía prácticamente sin forma alguna de controlar a los gobernantes, quienes podían hacer y deshacer en sus administraciones. Por lo mismo, la configuración electoral llevaba a la ciudadanía a buscar a una suerte de mesías cada cuatro años, un rey electo con plenos poderes para “arreglar las cosas”, no entendiendo que esa misma figura de autoridad forma parte de este esquema que secuestra el poder de los muchos para dárselo a unos pocos.

Propuesta desde el Radicalismo

El radicalismo nació luchando por la Democracia en los mismos albores de la República. Por ello, la practicamos en un ánimo fraternal, de unión nacional y buscando los cambios profundos que requiere el país. Como tal, estamos dispuestos, una y otra vez, a debatir y cuestionar nuestras propias ideas. No esgrimimos un dogma, no buscamos imponer una verdad reveladora, ni tan siquiera imponer nuestro ideario por lealtad ideológica. Proponemos esto porque hemos estudiado, muchas veces, que es lo mejor que le puede pasar al país y estamos dispuestos a demostrarlo a quien quiera, tanto porque hablamos con la verdad, así como en concordancia con el espíritu genuino de personas democráticas y republicanas que somos nosotros y que creemos verdaderamente que los asuntos públicos nos conciernen a todos, y no a tan sólo unos cuantos “iluminados” en las cúpulas de cristal de los partidos políticos.

Dicho eso, la democracia, según sus inventores atenienses, es lo que ahora llaman algunos: “democracia directa”. Personalmente creo que esa es la única democracia que existe, la única en que la gente verdaderamente manda en todo momento; por algo significa literalmente “gobierno del pueblo”, pero no pretendo discutir por semántica.

No, la verdad es que vivimos en una república, con elecciones de “inspiración democrática”, pero en vista de cómo está construida políticamente en el gobierno, administración y en los núcleos económicos y sociales, más se parece a una de las tantas aristocracias que han existido en el mundo. Se ha ido atenuando, poco a poco, la discriminación por el tema de los apellidos y el color de piel, aunque sigue presente, pero se reafirma, cada vez más, el poder del dinero. Quien lo tiene hace y deshace, modificando incluso las mismas dinámicas del poder, financiando políticos, comprando influencias y leyes. Pero la inmensa mayoría del pueblo que no tiene ese dinero, se ve a merced de esta aristocracia.

El problema de construir una democracia

La solución a este problema es una tarea compleja y de grandes dimensiones. Puesto que se puede comprobar que esto no es sólo un problema de “los ricos oprimen a los pobres”, como podría decirse esgrimiendo el añejo dogma marxista, sino que hay estructuras de poder anquilosadas en las mismas mentalidades chilenas, tales como el espantoso centralismo, el hiperpresidencialismo, el oscurantismo fanático religioso o incluso el que ha venido de teorías conspirativas o pseudocientíficas. Así, tenemos regiones que se acostumbraron a esperar tardías soluciones desde La Moneda, en vez de clamar por autonomía para realizar, ellos mismos, el cambio que desean y financian con sus propios impuestos. Tenemos a la ciudadanía entera esperando que, literalmente, una sola persona tenga la visión, voluntad y fuerza para representar y realizar la administración que millones de personas distintas quieren. Chile todavía no es un estado laico. Busque en la constitución esa palabra si lo desea y, muchas veces, el misticismo y oscurantismo de algunos políticos de turno rebalsan las políticas públicas que afectan a todas las personas sin excepción, independiente de sus creencias. Así, se ven innumerables situaciones de injusticias y privilegios que no corresponden en un país donde todas las personas son nominalmente iguales ante la ley.

Sumando y restando, pienso que el estamento representativo del Estado puede ser un gran aporte en la construcción de la democracia que necesita nuestro país. ¿Pero cómo? Bueno, a modo de ejemplo, los bancos pueden ser instituciones usureras, especuladoras y pueden provocar crisis financieras en el país de no ser debidamente regulados y vigilados a fin de que no incurran en malas prácticas. Una banca de desarrollo que fomente las iniciativas productivas, a tasas razonables y priorizando siempre el bien común, frente a los intereses mezquinos de algunos particulares, puede ser vector de un desarrollo a pasos agigantados, generando un crecimiento armónico que redunde en bienestar para todas las capas de la sociedad, especialmente de los más desfavorecidos de hoy.

El Estado puede trabajar sobre la base de un cuerpo de funcionarios representativos, véase tener su Presidente y un Congreso, como siempre ha sido, pero si pretendemos ser genuinamente una democracia, debe dotarse a la ciudadanía de los instrumentos para que, en todo momento, podamos asegurarnos que los gobernantes de turno deban gobernar según la voluntad general del pueblo y no de los intereses individuales del presidente o la coalición de gobierno.

Formas de construir una democracia verdadera o “participativa”

De estos instrumentos ciudadanos depende el cambio de mentalidad, estructuras y funciones de nuestro sistema político. El llamado es a que el poder sea efectivamente del pueblo, y para eso se nos pueden ocurrir numerosas formas positivas de canalizar este reclamo.

  1. Es así que la Iniciativa Popular, para que el pueblo pueda recoger firmas, para proponer y aprobar en plebiscito su propia reglamentación comunal, regional, nacional o constitucional es una atribución fundamental, la piedra angular de la futura democracia chilena.
  2. El Referendo revocatorio, para una vez transcurrida la mitad del mandato de cualquier funcionario de elección popular, pueda juntarse un número de firmas superior al menos al 20% del padrón electoral respectivo para convocar un plebiscito para confirmar o revocar el mandato del funcionario en cuestión.
  3. El retorno de las elecciones complementarias, eliminada por la constitución pinochetista, para que en caso de que un parlamentario se vaya de su puesto a otro cargo, el reemplazo sea siempre escogido por la ciudadanía y no se mantenga la situación burda de que cúpulas elitistas rellenan a dedo las vacancias.
  4. Abolición del Tribunal Constitucional, y en su lugar referéndum ratificatorio de toda ley que pueda ser divisiva. No más tretas oportunistas ni instrumentalización del Tribunal Constitucional. La Constitución de Chile es definida por la ciudadanía y sólo ella puede definir qué atenta contra Chile y qué no. Ninguna institución designada o electa está por sobre el pueblo soberano, único depositario del poder constituyente. Por tanto, cualquier consulta de constitucionalidad debe hacerse ante el pueblo, y para ello podría contemplarse la adopción de un mecanismo que sí lo solicitare al menos un tercio de votos del Congreso, se dé lugar a un plebiscito respecto de constitucionalidad de la materia en cuestion en un lapso máximo de un año a partir de la fecha de la solicitud.
  5. Cláusula de eternidad de los derechos humanos y defensa del sistema democrático. Por sobre las mayorías electorales, siempre debe prevalecer el respeto a la dignidad humana, y para ello la defensa del Estado Social y Democrático de Derecho debe estar garantizada a perpetuidad en la constitución de las chilenas y chilenos. Deben existir mecanismos que involucren, en conjunto, al pueblo y los poderes del estado, para la defensa del régimen democrático contra fuerzas de inspiración autoritaria y que atenten contra los derechos humanos.
  6. Federalismo para democratizar el territorio. Que conformemos Estados por cada zona geográfica natural y gran núcleo urbano, véase: Norte Grande, Norte Chico, Zona Central, Zona Sur, Zona Austral, Gran Santiago, Gran Valparaíso, Gran Concepción. Que ya no sean las élites de La Moneda en Santiago, o las del Congreso en Valparaíso, las que se refieran a los temas locales de cada territorio. Que los impuestos se usen efectivamente en mejorar la calidad de vida de los territorios que los generan y, para eso, es fundamental que sean estos territorios los que cobren la mayoría de los impuestos y tengan las facultades de invertirlos en desarrollo regional en conformidad a los deseos de sus habitantes. Que puedan dotarse de sus normas y soluciones propias y personalizadas para los problemas y realidades de sus propios territorios. Dicho de otra forma, que tengan su propia Ley Fundamental, Congreso, leyes y gobierno estatal, todo con respeto a lo que señale la Constitución Chilena como gran marco legal. Todo esto en verdad representa un cambio gigantesco, no solo en las estructuras administrativas, sino especialmente en las culturales.  Pero los problemas que tenemos no serán solucionados nunca con la actual mentalidad centralista y aristocrática. La única forma de ejercer el poder es sencillamente: ejerciéndolo, no esperando ni clamando por tardías soluciones de quienes no tienen mayor intención de ejecutarlas.
  7. Abolición del Senado y, en su lugar, toda ley que trate sobre facultades regionales que sea ratificada por la mayoría de los estados. Basta de derrochar millones y millones en una cámara legislativa innecesaria y cuyo único fin real es enlentecer y entorpecer la aprobación de la legislación que se requiere, ya que como “órgano de representación territorial”, francamente hace un pésimo trabajo tratando de representar a quienes dicen que representan. Para velar por el bienestar armónico de los territorios de Chile no necesitamos senadores, necesitamos atribuciones ejecutivas, legislativas y judiciales para los territorios y sus pueblos.
  8. Reinstaurar el Voto Obligatorio. La Tiranía no requiere de la participación ciudadana para sobrevivir, pues se nutre de la apatía de quienes no creen suficientemente en la libertad. Por ello y para proteger los derechos de todas las personas, es fundamental una democracia sana y viva con la participación de su ciudadanía; de lo contrario morirá. Así, el voto es un derecho, porque es el instrumento que nos permite tomar las decisiones en nuestro país, pero también es una obligación, porque es necesario para la supervivencia de la democracia y del estado social y democrático de derecho, con plena vigencia de las libertades de todas las personas.
  9. Educación cívica en la escuela y disponible para todas las personas. Prueba obligatoria en aptitudes cívicas para obtener y renovar los documentos nacionales, necesarios para todos los trámites estatales, así como para votar. Con esto se busca tener votantes informados, conocedores de las estructuras de su país y con las herramientas para discernir la información positiva, de la errada o falsa.
  10. Finalmente, y no menos importante, mediante impulsos estatales, fomentar una beneficiosa cultura democrática, rica en valores cívicos. Para ello, y con el notable impulso de la educación como se dijo anteriormente, premiar y dar beneficios a todos los votantes activos, multar y amonestar a quienes no asistan a su deber cívico y recordarles la importancia de su participación activa en democracia.

Despedida

Con este humilde aporte desde mis conocimientos, y sobre todo desde la histórica escuela radical, rica en más de siglo y medio de experiencias y propuestas, espero contribuir junto con muchos más en despertar una conciencia nacional que sepa que el cambio para bien es posible, siempre y cuando seamos capaces de aprender de nuestra historia, reconocer nuestros errores y estar dispuestos a un sacrificio transitorio con la certeza de un cambio para mejor. Experiencias de éxito en Chile y en el mundo de las que aprender hay muchas, y estoy consciente que esta propuesta puede mejorarse mucho más por toda la comunidad chilena.

El cambio es posible, mientras tengamos la voluntad política de que así ocurra.

La democracia vivirá, mientras nos esforcemos en hacerla crecer y en defenderla.

Chile surgirá desde las tinieblas de injusticias, mientras tenga una ciudadanía combatiente, esforzada, sacrificada y comprometida en una voluntad nacional por un Chile Digno.

Vicente Riffo Reyes

Por Vicente Riffo Reyes

Tesista de Administración Pública.