Es de conocimiento público que nuestro país será uno de los más afectados con la crisis climática que el planeta arrastra hace años y que, lamentablemente, seguirá empeorando con el pasar del tiempo. Los efectos están a la vista en todo el globo y nuestra urbe no es la excepción, mas bien al contrario: los efectos son palpables y desastrosos.

Ya nos acostumbramos, querámoslo o no, a este nuevo escenario: llevamos una década de sequía. En la práctica llueve lo que corresponde a áreas semidesérticas o estepáricas: de los 312 milímetros que caían promedio en la estación meteorológica de Quinta Normal, los últimos años han llegado a caer menos de 100, es decir, más cercano a climas áridos que templados. Y los efectos de esto están a la vista: las montañas tienen menos nieve, el riego que antes era solamente deseable ahora es obligatorio ante la falta de lluvias, el color natural de los cerros ha pasado de ser predominantemente el verde al café y, finalmente, nos hemos mal acostumbrado a que no llueva. Por algo cualquier frente que cause precipitaciones, es portada en los tabloides, como si se tratase de un acontecimiento tan inusual como un eclipse de sol. Quizás lo es…

El palpable estrés hídrico que atraviesa nuestra región y a otras zonas del país, afecta especialmente, como es usual en las desgracias, a los más pobres y desposeídos, que son los que tienen menos capacidades de mitigar estos problemas y que injustamente son los que menos agua consumen y menos contaminación causan.

Mas allá de seguir comentando cuestiones obvias, la intención de esto es hacer nuevamente el llamado a que se tomen las medidas necesarias para afrontar la situación: que se garantice tanto el suministro de agua como la seguridad alimentaria, construyendo obras como plantas desaladoras, canales e infraestructuras para el riego por goteo, además de priorizar el sembrado de cultivos que menos agua consuma en la industria agropecuaria así como el recambio de árboles por otros que requieran menos regado en nuestros jardines.

El clima semidesértico llegó a Santiago para quedarse. Mientras se siga emitiendo toneladas de polución a la atmósfera en paralelo al daño sin fin de las potencias contaminantes mundiales que no se ponen de acuerdo en tratados para reducir las emisiones, el problema seguirá empeorando. Quizás el desierto que ya está entrando en Santiago, lo haga sin problemas hasta Rancagua o mas allá en pocos años más.

 

Nicolás Cabero Saldías

Por Nicolás Cabero Saldías

Ingeniero en Transporte y Tránsito. Licenciado en Ciencias de la Ingeniería