Por un nuevo Congreso austero y cercano a la gente

 

Como bien sabrán los lectores de este medio, desde hace varios años, los salarios de los políticos, en particular el de los congresistas han sido objeto de controversia, esto debido a que son sumas escandalosamente altas, tanto en un contexto nacional como internacional. Cada uno de esos billetes se pagan con nuestros impuestos, y estos solo están otorgando un estilo de vida elitista a quienes deben representarnos. En estas condiciones, la dieta y las asignaciones parlamentarias están realizando exactamente el efecto contrario a lo que se quiere idealmente.

No obstante, esta no es una columna populista. Y lo diré claramente: para realizar los quehaceres de la representación política  se necesita plata, eso debemos tenerlo claro de antemano. La dieta parlamentaria permite que la política no sea exclusiva de millonarios, sino abierta a todos los ciudadanos electos para aquello. Dicho esto, es innegable que al comparar el sueldo de nuestros diputados y senadores en relación al sueldo mínimo, o incluso al sueldo promedio, y lo contrastamos  frente a la situación en otros países, el resultado es realmente escandaloso.

Estos dineros se desglosan en dos partes: La “dieta”, es decir el sueldo propiamente tal, y las “asignaciones”, es decir dineros complementarios para costear bienes o servicios NECESARIOS para realizar las labores de representación.

Esta palabra clave, necesidad, es la que manda en esta columna. Por eso me quiero  centrar en algo aún más repulsivo; las asignaciones parlamentarias. Muy en resumen, además del sueldo que reciben los congresistas, estos perciben casi 6 millones adicionales, además de un monto de casi 1 millón para combustible y una gran cantidad de pasajes de avión por cada legislador, algo realmente increíble, pero que cuando uno lo ve se da cuenta, nota de inmediato, por que la gente estalló en octubre pasado. Para solucionar esto se me ocurren diversas ideas ya sea escuchando comentarios de distinto tipo o recurriendo a otras cosas que he escrito y/o analizado.

Una propuesta que yo encuentro muy buena es que el Congreso Nacional, al menos por ahora, vuelva a Santiago y los gastos de traslado se solventen vendiendo el actual edificio, que es bastante horrible por cierto. De hecho, como anécdota, el reconocido periodista deportivo Juan Cristóbal Guarello, un par de días después del estallido social, dijo en la radio una propuesta similar. Yo les pregunto a ustedes: ¿De qué sirve tener el congreso en Valparaíso, si al final casi todas las decisiones del país se “cortan” en los ministerios ubicados en Santiago? Al fin y al cabo somos un país espantosamente presidencialista y centralizado, no sirve de nada tener en la práctica dos congresos, mejor vender el de Valparaíso como dije antes y así refaccionar el edificio ubicado en pleno centro de Santiago, que es sin duda la capital nacional. Y aquí nos empezamos a meter en el cambio de mentalidad. Los congresistas, al no tener estacionamiento dentro del edificio de Santiago estarían obligados a llegar al trabajo en Metro si no desean bancarse la congestión del centro. Así los congresistas que actualmente viven en un “mundo de Bilz y Pap” lleno de beneficios y privilegios, podrían palpar que es lo que vive a diario la gran masa de trabajadores que se traslada de un lado a otro para ganarse la vida.

Supongamos ahora que hay congresistas demasiado sensibles y delicados, tan asi que deban viajar siempre en auto con chofer. Bueno, perfecto, pero tendrá que gastar tiempo en la congestión y dinero de su bolsillo para el chofer, el auto, y para los carísimos estacionamientos pagados que se encuentran repartidos en el centro, ya que la idea es también eliminar la asignación por combustible y cambiarla por tarjetas Bip!, y demás convenios con el transporte público, ¿No sería lindo que los congresistas al estar en pleno centro interactuaran con el resto de la gente, y pudieran ser “uno más” de nosotros, como por ejemplo yéndose a comer un completo a la Plaza de Armas en vez de tener “cafeterías VIP” en el edificio de Valparaíso?

En el caso de los congresistas que vivan, o representan a las zonas ubicadas entre las regiones de Atacama y Los Lagos, no estaría mal que se les eliminen los pasajes en avión y que estos queden solamente para los parlamentarios de zonas extremas. En esa misma línea, eliminar el estacionamiento exclusivo en el aeropuerto de Santiago, otro privilegio increíblemente innecesario, también ayudaría a reducir gastos superfluos. A cambio, los congresistas de la inmensa mayoría de territorios del país, deberán tener el mismo régimen que tienen los trabajadores cuando por asuntos laborales deben viajar entre ciudades. Esto es viajar simplemente en bus en cualquier clase, ya sea Semi cama, Salón cama o Premium, y que después esos pasajes, los rindan al congreso y allí se les reembolse. Esta misma medida podría aplicarse si viajaran en tren, y quizás se preocuparían más de levantarlo de su deplorable estado actual.

Por otra parte, los congresistas de zonas extremas deberán usar un taxi desde el aeropuerto para llegar al hemiciclo y el boleto de este medio de transporte rendirlo como asignación al congreso.

Con estas medidas, cualquier congresista sabrá y experimentará en carne propia cómo viajan los trabajadores promedio en las grandes ciudades, como es desplazarse en buses interurbanos, visualizar los problemas que tiene el rubro, como lo es por ejemplo, la congestión a la entrada de los terminales de buses, problemática muy urgente de solucionar.

Ahí vislumbrarán que lo más eficiente para llegar rápido desde los terminales hasta el centro es usar el metro. Y desde ese momento se hará realidad la nueva mentalidad de la representación política chilena: que los congresistas sientan verdaderamente lo que vive el chileno promedio, y legislen en consecuencia con ello.

Para finalizar, no me cabe duda alguna que muchos diputados y senadores saben cómo vive la gente, sea porque tienen origen humilde, o porque usan la empatía para servir a la comunidad. Lamentablemente, esto no es la regla general en el Congreso,  ni menos aún en el Gobierno, que creo que deberían hacer cambios en la misma línea, para que así sus altos funcionarios entiendan más “la calle” y de paso seamos un país más justo, eficiente, discreto, honesto y austero.

Nicolás Cabero Saldías

Por Nicolás Cabero Saldías

Ingeniero en Transporte y Tránsito. Licenciado en Ciencias de la Ingeniería