Hoy, Latinoamérica y el mundo se despiertan huérfanos. José “Pepe” Mujica, el ex presidente de Uruguay, ha partido, pero su legado permanece vivo en cada uno de nosotros. No fue un político de escritorio ni un líder de palabras bonitas; fue un hombre que vivió lo que predicaba, y eso es algo que no se olvida fácilmente.
Pepe no era perfecto, ni pretendía serlo. Era un tipo común, con defectos y cicatrices, pero también con una claridad impresionante sobre lo que realmente importa. Mientras otras personas, incluyendo líderes y supuestos ejemplos mundiales, gastan sus vidas obsesionados con la acumulación de riquezas y privilegios, él seguía durmiendo en su cama de campaña, manejando su propio auto y viviendo en una chacra modesta con su esposa y compañera de toda una vida Lucía Topolansky. No lo hacía para aparentar humildad; simplemente no necesitaba más y era conciente de ello. En un mundo obsesionado con el consumo y un individualismo egoísta, Pepe nos recordó que el verdadero lujo de la actualidad no está en acumular cosas, sino en ser feliz, en dedicarse a ello, en vez de ser esclavo de la rutina del consumismo que nos impone el sistema.
Pero su historia no empieza ahí. Mucho antes de ser presidente, se habia involucrado en política. Primero con simpatías anarquistas a los 14 años, José Mujica fue más tarde todo un guerrillero tupamaro que se enfrentó a una dictadura brutal que lo encerró en un pozo oscuro durante años. Totalmente aislado, como rehén amenazado de muerte y bajo constantes torturas físicas y psicológicas, podría haber salido de esa experiencia lleno de odio, pero eligió otra cosa: salir más fuerte, más humano. No lo hizo solo por él, sino por su pueblo que lo necesitaba. En libertad y recuperada la democracia, junto con sus compañeros fundaron el Movimiento de Participación Popular, uno de los pilares fundamentales del Frente Amplio uruguayo, que fue la primera fuerza en romper, con la victoria de Tabaré Vázquez en 2004, el duopolio liberalconservador de 183 años de hegemonía del Partido Colorado y el Partido Nacional. En 2009, tras la victoria del MPP en las internas del Frente Amplio, el pueblo uruguayo eligió a José Mujica como Presidente de la República. Su llegada a la máxima magistratura del país no fue para sentarse en un trono, sino para demostrar que la política puede ser algo distinto: una herramienta para cuidar a la gente, para poner lo humano por delante del dogma económico. Hablaba claro, sin rodeos, porque sabía que las personas entendemos mejor cuando alguien nos habla desde el corazón.
En un mundo donde el neoliberalismo nos convierte en números, donde las personas somos vistas como mercancías y el éxito se mide por cuánto tienes en el banco, Pepe nos mostró otra manera de vivir. Él no estaba en contra del progreso ni de las ideas complejas, pero siempre empezaba por lo simple: la gente. Si no hay pan en la mesa, ¿de qué sirve hablar de economía? Si no cuidamos a los más vulnerables, ¿qué sentido tiene un Estado? Hacia ejemplo y educaba, no con grandes discursos ni teorías, sino con su vida misma. Y esa vida fue un ejemplo de humildad a nivel mundial.
Esa era su grandeza: tenía el corazón en el lugar correcto. Y aunque muchos no compartieran sus ideas políticas en especifico, era imposible no respetarlo. Porque en un mundo que nos empuja y condiciona a ser animales egoístas y competitivos, él eligió la comunidad y vivir en armonía con ella. En un sistema que nos dice que valemos por lo que tenemos, él nos recordó que valemos por quienes somos y sin los demás no somos nada.
Gracias, Pepe, por ser tu mismo. Por no rendirte, por no callarte, por seguir luchando incluso cuando parecía que el mundo había perdido el rumbo. Hoy te despedimos, pero tu ejemplo seguirá vivo en cada persona que crea que otro mundo es posible. Un mundo más humano, más justo, más real. Descansa en paz, compañero.
La Gaceta Radical